He estado una semana en Madrid, la ciudad más inhumana de España. De todo lo que ocurre en Madrid te enteras por el telediario. No hay otra forma. Habría que volver a reeditar El caso para que las noticias pudiesen reflejar la verdad, porque esto es imposible en Madrid. Por las noticias me ha llegado la manifestación que se celebró el domingo para reivindicar mayor acceso a una vivienda asequible. No montan revoluciones, todavía hacen manifestaciones. No se unen, sino que todos los que se manifestaron querían una casa para ellos solos. Si la hubieran tenido, no se habrían manifestado. Quien tiene casa, pierde la voz. No se solidariza con quien no la tiene. Quien la consigue olvida que vive en un sistema en el que la demanda es la que hace las cosas mal, al contrario que el azar. El arrendatario habla con una sola voz: la de la codicia. El pobre inquilino habla con su indigencia, y la indigencia no tiene nunca voz. El capitalismo consiste en eso.
El Madrid de Ayuso es una mezcla de ciudad residencial, donde todos los que viven son Mr. Scrooge, y una multitud de personas que se manifiestan en un sambódromo y que habitan el East End londinense que describió London en People from de abyss, compartiendo camas por horas y bebiendo una mezcla de ginebra y cerveza para aguantar en la mina. Hace años, Sarkozy dijo que habría que refundar el capitalismo. ¿Refundarlo? ¿Por qué no derogarlo, y empezar de nuevo? Por la sencilla razón de que la indigencia no tiene voz. Sólo la tiene en la selva, cuando el león hambriento se come a la gacela. Pero si vamos a la selva, volvemos al capitalismo. Un círculo vicioso. El hombre no ha conseguido un sistema político y económico que permita corregir errores, porque mantener abierta una vía de escape frente a las equivocaciones supondría una suerte de moral. Somos impotentes para cambiar lo establecido. La moral es para los que la oyen, y los que mandan no la oyen. ¿Ser o no ser? De eso se trata.
La solución del problema de la vivienda en Madrid es impracticable. Los que la tienen piden todo, los que no la tienen jamás podrán acercarse a lo que piden los otros, porque el todo es tan impensable como aquello de lo que carecen. Se trata de un problema de gradación. La única forma de igualar ambos universos es a través de un sueño beatífico o una inyección letal. La habitación compartida, y bastante cara, o el único sitio en Madrid donde no hay que pagar todos los meses: el cementerio de La Almundena. Nunca he confiado en el hombre, ni en su solidaridad. En el caso de la vivienda, tendría que haber una solidaridad, o una compasión, a gran escala, una especie de tregua, pero eso significaría perderla a pequeña escala, es decir, a esa escala en que vemos que el que vive a nuestro lado tiene mejor coche, y acaba de poner grifería de oro en sus seis cuartos de baño, y tiene un dóberman con más pedigree que el nuestro para el chalé.