La salud mental

La salud mental es uno de los indicativos de cómo nos adaptamos al mundo que otros han creado. Normalmente, el que tiene problemas mentales no participa en el diseño de cómo es su vida. Todo problema mental, visto desde fuera, es una suerte de inadaptación. La vida no nos da lo que le pedimos, y ante esa decepción hay que tomar tranquilizantes, o antidepresivos, o ansiolíticos, o drogas. La peor de ellas es la televisión. Todo está hecho no para curar las dolencias que nos mantienen prisioneros de nosotros mismos, sino para anular los síntomas, como en la gripe. La isla de las tentaciones al menos nos impide, durante un rato, pensar en cómo debería ser el verdadero amor, por poner un ejemplo. Además, la economía está más interesada en vender medicinas que en dar a la persona lo que necesita para estar sana. Está planteada para que el bienestar se lo queden sólo unos pocos. El resto se adentra en un mar cuyo oleaje rompe contra los ambulatorios, contras las consultas de psicología y psiquiatría. En realidad, los orígenes de esa problemática nunca se desvelan. Están sumidos en un bosque oscuro donde en menos ocasiones de las que pensamos las verdaderas causas son deterministas, es decir, congénitas.

            Parece claro que, actualmente, el problema mental se está convirtiendo en la norma, no en la excepción, y aparece ya en las escuelas y los institutos de secundaria y bachillerato. Dejamos atrás una época en la que podíamos llenar la vida con nuestras fortalezas: leer, debatir, luchar por un futuro, ambicionar el reconocimiento social, aportar a los demás nuestras formas de desarrollo personal, como las artísticas, o las que tienen que ver con la sabiduría. Se acudía más a Platón que al prozac. Ahora, ante el vacío que nos rodea, sólo nos es dado mostrar nuestras flaquezas. Antes todo el mundo ofrecía su ayuda, ahora la pide. La enfermedad mental es la última forma de egoísmo que nos queda. No se busca, pero se expresa, porque necesitamos que alguien nos haga caso. De hecho, es el único modo que tenemos de expresar algo. La edad a que solemos perder la cabeza, la vejez, es una edad marcada por un egoísmo que a menudo no habíamos manifestado cuando éramos jóvenes. Ahora, el mundo en que vivimos está tocado por ese síndrome, a todas las edades. ¿Por qué? Simplemente porque la creación de esa sintomatología supone otro modo de control. Uno más. Quien tiene que hacer frente a la hiperactividad de su hijo, o a su propia ansiedad, no se pregunta si la sociedad en la que vive es justa.

            No niego que en otras épocas la cultura ejerciera la misma función, pero la cultura podía volverse contra el que la formulaba, porque quien la compraba era una persona libre e independiente. A menudo, incluso se creaban mensajes para oponerse a lo que venía en los libros, o en el cine. Sin embargo, un enfermo nunca posee esa libertad. Y parece evidente que la dirección que han tomado las sociedades occidentales es la de llegar, mentalmente, a una insania original. La salud mental cada vez se vuelve un problema más tempranamente, sin que nadie pueda hacer nada al respecto, así que sospecho que el propósito es que nazcamos con él, igual que con el pecado que, para los cristianos, lleva el mismo adjetivo. La enfermedad mental es sólo otra forma de control social, dentro de la tendencia a un pensamiento único cada vez más excluyente. No existen ni medios para cambiar este estado, ni ganas. Es lo que nos condena a una dependencia adquirida e incurable.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑