Hay ya muchos indicios de que el poder público, que ha sido durante los últimos cien años una especie de refugio en Europa, está muriendo sin remisión. Durante todo este tiempo, los intereses privados, el corporativismo, el capital y, sobre todo, una mentalidad que ha apremiado a la gente a separar la seguridad propia de la de todos los demás, han ido cambiando ese pensamiento ilustrado que propugnaba que la sociedad no debía dejar a nadie con una caja de cartón en las manos y los últimos 20 años de su vida metidos en ella, como en las películas americanas. Era la sociedad la encargada de mantener los derechos de los necesitados frente a los depredadores. Todo eso se fue al carajo. Ahora mandan los depredadores, como en la selva, o en la Bolsa. Las naciones han dejado de competir por derechos, sólo compiten en Eurovisión, para ver qué país presenta la peor canción, y ese es el que gana. Menos España, que sólo gana cuando las presenta buenas. Lo público está en plena decadencia. No ya los parlamentos, sino los gobiernos, que son los encargados de compensar la desigualdad, se han vuelto incapaces de gobernar contra los que tienen el dinero. Se acabó la política con miras sociales. España es una buena muestra de hasta qué punto enriquecerse es mucho más fácil que sobrevivir.
Las leyes jamás cambian esta realidad, por varios motivos: quienes las hacen suelen representar intereses que no son mayoritarios, también porque la presión del dinero hace a los políticos los seres más venales que podríamos encontrar en una rueda de reconocimiento. Además, la pobreza está tan amordazada que los pobres jamás se unen ni forman un frente común. Parecerían La parada de los monstruos. La única salida que les han dejado a los menesterosos es pedir migajas, no oportunidades. Y eso es lo que hace la política: darles migajas. Incluso en las sociedades democráticas el orden es más importante que la libertad. El viejo orden natural, que coloca en los puestos preponderantes únicamente a los que heredan la riqueza, está muy por encima de la libertad de luchar por un mínimo de dignidad, que es la de la mayoría. Es mejor sacar de Barajas a los que dan tan mala propaganda. Ahora, los cuentos de hadas sólo los explota Disney. El viejo contrato social se ha extinguido, como los alquileres a un precio justo, y lo único que pueden copiar los gobiernos es la política empresarial. Todos administran ahora copiando a Elon Musk.
Ya no hay revolucionarios y, si los hubiera, no sabrían cómo cambiar el mundo. No hay más modelo que el egoísmo. Quizá sea tarde para hacer del futuro algo sostenible. A los que mandan no les importa que no haya vida después de ellos. Esa es la idea de la que han surgido Putin, Trump y Netanyahu. Esas son las guindas de la tarta que ha metido en el horno la limpieza étnica, que usa al neoliberalismo como mejor disfraz. Europa sigue en silencio. No sabe qué hacer con los derechos conquistados desde que Kant murió. Nadie iniciará cambios si no se enseñan en la escuela, o si se enseñan en inglés. La verdad es como los alquileres: cara y provisional.
Publicado en el diario HOY el 31/05/2025