Estoy mirando algunos de los ensayos que escribió Robert Louis Stevenson, y que publicó Páginas de Espuma entre los años 2013 y 2015. Existía una edición anterior, de Hiperión, con una selección algo menesterosa de los ensayos literarios más importantes, que también surtieron su efecto. Buena parte de los escritores que me rodeaban entonces, y yo mismo, admirábamos esos textos, aunque a Stevenson no se le puede sólo admirar. Se lo adora y se lo necesita, porque es uno de esos escritores que, quizá por morir tan joven, cosa de lo que él, cuando vivía, se hallaba ya al corriente, tuvo una especial percepción de lo que tenía que escribir y de cómo escribirlo. Fue sin duda uno de los escritores que mejor gestionó sus fuerzas para extraer de ellas lo mejor. Los ensayos van dirigidos a gente para la que la literatura es importante. Además, se caracterizan por un flujo que es muy rastreable: el de la línea de tinta que la pluma deja sobre el papel. No hay ordenadores, no hay procesadores de texto. Son reflexiones para gente sin prisa, consciente de que lo más importante, cuando se escribe, es la calma, los síntomas que las técnicas de escritura dejan sobre la superficie del papel, para que el lector las identifique y goce con el resultado.
En España nadie ha afrontado el oficio de escribir así, ni ha reflexionado así sobre lo que escriben los demás. Literariamente, y pese a nuestros genios pasados, somos un país sin horizontes. Ya ni siquiera el crematístico es un horizonte, porque aquí no se lee, y los que leen, despreciados por los que publican, sólo tienen a su alcance argumentos para criadas y porteros. Cuando nos encontramos una reflexión como “La moralidad del ejercicio de las letras”, de Stevenson, nos damos cuenta de hasta qué punto lo que se publica en España es un jodido cuplé, y también hasta qué punto han eximido al autor de tomar sus propias decisiones sobre qué debe aportar de sí mismo. Es extraño que alguien muerto hace más de cien años actualice lo que debería suponer la escritura para quien escribe.
En efecto, escribir ha de ser una actitud moral, precisamente porque estamos en un mundo sin principios. Al menos, eso no lo pone nadie en duda. No abogo por volver a normas pasadas de moda, sino por escribir de forma que, cuando los libros que escribimos entren en las escuelas, no repitan lo peor que hay en la calle. Quizá sea necesario volver a la búsqueda de la originalidad. En cualquier caso, será un camino mucho mejor que la búsqueda de lo mismo. Y en cuanto a lo crematístico -pues ahora todo el mundo escribe para ganar dinero-, hay en estos ensayos un pensamiento de Stevenson, además de aquel famoso de: “El salario es el trabajo”, que me ha parecido clarividente. Dice así: “Todos deberíamos elegir una carrera profesional pobre y valiente, en la que podamos hacer lo máximo, y lo mejor, por la especie humana”. Por favor, no me llaméis ingenuo por pensar que el escritor debe renunciar al dinero, prefiero ser un soñador por pensar que la especie humana necesita algo más que Netflix.