Vidas normales

Uno de los problemas que preocupa a los ojeadores más o menos sociales de los partidos políticos, esos que aparecen como maniquíes en las fotos, al lado del ministro del ramo, es el de las enfermedades mentales. De pronto, ha surgido un par de generaciones sacudidas por la enfermedad mental. Antes, a los enfermos mentales se los llevaba a los manicomios, ahora se los lleva al instituto. La enfermedad mental se ha vuelto endémica en este país, pero casi nadie se pregunta por qué, porque para eso están los psicólogos. Cumplen su función, pero el psicólogo existe para que no haya que molestar al político.

            Adolescentes y jóvenes deprimidos, o que no pueden soportar el aislamiento y el esfuerzo que supone prepararse unas simples oposiciones, o que no pueden relacionarse a no ser que sea a través de un teléfono móvil. Gente a la que el mundo golpea e insulta cada vez que inicia una conversación normal. La enfermedad mental ha vuelto al romanticismo, con aquellos casos de hiperestesia. Los sentimientos vuelven a transformarse en dolores, o síntomas físicos, simplemente porque quienes los padecen son así. No existe una causa concreta. Hemos vuelto a ser hipersensibles ante cualquier cosa, lo que me recuerda aquellas escenas de Fahrenheit 451, en las que Truffaut colocaba a jóvenes frente a las ventanillas de un tren absolutamente silencioso, tocándose a sí mismos. Se trata de una hipersensibilidad que no excluye la crueldad, la impiedad con los demás. No existe una contradicción entre la indefensión que los agobia y la violencia que pueden desarrollar.

            Sin embargo, todo lo que recibimos a través de los medios de comunicación son vidas normales. Todo el mundo es feliz en las redes, de modo que la enfermedad mental endémica que padecemos sólo se percibe en el momento en que profundizas un poco, cuando preguntas a gente que trabaja en los hospitales, o cuando te asomas a lo que está ocurriendo en la enseñanza. La sociedad está acostumbrándose a vivir con esas dolencias inexplicables, y empieza a creer que siempre ha sido así.

Quizá la causa esté en la desesperanza. La falta de perspectiva de la juventud, unida a la sobreprotección que reciben de sus padres, aunque no exista comunicación con ellos. Es lo que ha vaciado el futuro de todos los jóvenes actuales. Esta sociedad ha roto su esperanza en la vida, y también sus biorritmos. ¿Para qué estudiar? ¿Por qué no sirve la preparación? ¿Por qué sólo soy una pieza en algo que no comprendo? ¿Por qué he de ser imbécil para ser rico? ¿Por qué me aprueban, si no me sé la materia? ¿Por qué no puedo tener una vida ganando un sueldo? Son las preguntas de siempre, preguntas que deberían contestar los políticos. Ellos son el resultado de los que, anteriormente, han eludido contestarlas. El político es el que se ha salvado de la situación que él mismo ha originado, así que no es extraño que todo el mundo lo envidie, aunque sea tan infeliz como quien lo vota.

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