Empieza otro año

Nunca antes la tranquilidad de los europeos ha estado tan amenazada por la economía. No sé si Nostradamus reparó en que 2026 se iniciaría con ese componente de incertidumbre. El problema de la política española, aunque cercano, es un caso perdido. La política española no cambiará, a menos que la gente haga algo, o se niegue a hacerlo. Pero la gente cree que en los comicios emite su idea de España, algo que ya constituye una aberración democrática. El problema español es cultural, y ninguna política va a resolverlo. Fuera de nuestras fronteras está el mundo, sin reglas por primera vez en mucho tiempo, porque esta vez las reglas -siempre aparentes- las han tergiversado los poderosos. La OTAN ya no nos sirve, nunca sirvió a nadie, pero ahora está a las órdenes de un tipo que quiere Venezuela y Groenlandia, y protege a una nación -Israel- que mata porque puede hacerlo. Entendemos que no hay nada personal, sólo es una decisión económica. La fuerza vuelve a suplantar a la cultura, como en la Guerra de los 30 años. En cuanto a la propia definición de Europa, nos damos cuenta de que contiene demasiados aditivos. Quizá el resto del mundo se la lleve por delante, o quizá se convierta en un recuerdo que seguramente no debamos a Carlomagno, ni a Adenauer o a Napoleón, sino a Gutenberg.

            Este es el planteamiento del año que comienza. Las masas no van a rebelarse, como predijo Ortega, porque las masas están dirigidas. Jamás ha habido una ausencia de revoluciones, o revisiones, como en los tiempos actuales. Preparémonos para un año en que la gente viajará no para conocer, sino para comer, o sacar fotos. Ese turismo discrecional, imitativo, vacío, será un mezquino sustitutivo del verdadero conocimiento. Las redes sociales ya nos traen a la pantalla todo lo que hemos de imitar, y los creadores de contenido, que crean de todo menos contenido, se han convertido en algo que copiamos sin siquiera cuestionar. La educación seguirá siendo inútil, que es de lo que se trata. Un año más, todo se decidirá en lugares demasiado lejanos. A la democracia se le añadirá algún matiz, aunque seguirá siendo el sistema en que la mayoría elige aquello que unos pocos quieren. Soberanía popular. El pueblo continuará perdiendo su identidad por dos razones muy atractivas: progresar, o estar a la moda. Ahora son la misma cosa.

            Decía Benjamin, hace cien años, que el hombre estaba preparándose para renunciar a la cultura. Ya no la necesitamos, porque no tenemos tiempo, ni atención, para intentar saber qué nos dice. ¿Pero qué pasará con la imaginación? La imaginación tendrá que prescindir de lo interior, de lo propio, y no le quedará otra que usar los estereotipos ramplones que nos dé Netflix, la IA, o la violencia de los videojuegos. La violencia es lo que más rápidamente reemplaza a la ausencia del pensamiento. Sin duda, quedará gente capaz de interpretar el mundo en que vivimos, como hicieron Proust o Hungar, pero esa gente no contará con lugares en que mostrarlo. De cualquier forma, dará igual. Estamos perdiendo la sensibilidad necesaria para entender lo que somos. La imaginación será escolástica. No podrá crear sola, sino ayudándose de fórmulas obligatorias e impuestas: las de la mayoría. Seguiremos hablando de nosotros mismos, pero siempre como avatares. Quien tenga libros será un aristócrata. Morirá antes de prestarlos para que los quemen.  O peor, para que nadie los comprenda.

Publicado en el diario HOY el 27 de diciembre de 2025

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