Si tuviéramos que caracterizar nuestra vida con algún rasgo que parezca evidente, algo que haya ganado importancia a medida que el tiempo ha pasado, seguramente diríamos que ese rasgo consiste en lo repetitiva que es. Los años transcurren y nos damos cuenta de que hay elementos que se vuelven reiterativos, aunque no llegan a ser hábitos, porque los costumbres las elegimos nosotros, forman parte de nuestros gustos, pero esos otros elementos son impuestos, a menudo, por todo aquello que no aceptamos, pero asumimos, al fin y al cabo. Modos que empezamos a practicar, y con los que existe la certeza de que se pierde el tiempo. Por ejemplo, no se tiene tiempo para ver una película de dos horas, pero nos embarcamos en series que duran episodios y temporadas, y que al final descubrimos que no nos aportan nada. Llegamos al final porque no queremos quedarnos a medias, que es lo que hacemos con el resto de los propósitos que tenemos. Soportamos una estética hecha a base de versiones, de replanteamientos, de pasos pintados en el suelo, como si fuera un baile que hay que aprender.
El mismo gesto de poner la televisión hace que la televisión esté encendida aunque no se vea. El hecho de leer malos libros, sólo por terminarlos, produce un desasosiego contra el que no tenemos armas, que no hemos previsto. Además, a menudo se trata de libros sin interés alguno, sobre los que volvemos simplemente porque hemos leído las diez primeras páginas. Vivimos en bucles que se repiten. Nuestro tiempo pertenece a otros. El propio trabajo es una obligación que se convierte en algo que se agradece, aunque no podamos soportarlo, aunque en él tengamos que hacer cosas que no van con nosotros. No podemos sustraernos a él, pero aceptamos sin cuestionarlo un estado que constituye una absurda repetición: atascos, horas muertas, una burocracia inevitable. Oímos las mismas canciones, repetimos programas, emisoras, páginas de internet… Consumimos tiempo borrando mensajes no deseados que nos llegan al teléfono móvil, descargando programas que nunca más vamos a necesitar, a veces para solucionar problemas que no hemos buscado. Cometemos los mismos errores, utilizamos expresiones repetidas, como si nuestros interlocutores desearan oírlas. El Big data nos repite hasta la saciedad lo que cree que necesitamos, porque lo hemos buscado una sola vez, quizá para otra persona. A menudo hasta nos refugiamos en estas repeticiones, como si guardaran algo perteneciente a nosotros mismos.
Como soy un convencido de que el mundo lo dirigen unos cuantos, creo que está hecho así porque lo único que tenemos es nuestro tiempo, y lo regalamos como si nos sobrara, como si no fuese precioso. Nos obligan a postergar indefinidamente las cosas esenciales de la vida. Pido a la gente que lee esta reflexión que haga, al final del día, un repaso a cómo ha ocupado su tiempo. ¿Qué parte de él hemos podido dedicar a nosotros, a lo que nos interesa, a lo que nos apasiona? Nuestra vida está cada vez más llena de fórmulas sin sentido, pero al parecer obligatorias, llena de un tiempo cada vez más vacío de significado. Nuestra vida es un bucle que otros han hecho para que no veamos que todo se acerca al final. Menos mal que siempre tenemos las cajas de ansiolíticos y antidepresivos encima del piano.