El gobierno de Madrid ha reiniciado su incansable reflexión sobre la pobreza, indicando que es la izquierda la que debería solucionar el problema del aeropuerto de Barajas, como si en este país hubiera, en efecto, una izquierda. El problema consiste en que 500 sin hogar, es decir, gente que no tiene áticos en Castellana, ni vive en el Palacio de Correos, infesta los sótanos de la Terminal 4 con la esperanza de no pasar frío durante esta primavera que ha salido tan parecida a la de Cumbres borrascosas. Parece ser que hay organizaciones que reparten bocadillos entre estos 500 inoportunos, y las autoridades de Aena, que no quieren que les ocupen el castillo, han puesto a los piquetes de seguridad, algo parecido a los SS-Sturmbannführer de Auschwitz, a catalogar y perseguir a esta gente que usa cartones para dormir, y no ha visto en su vida un solo Ferrero Rocher. La verdadera mácula para Aena es que a los pasajeros con posibles se les meten las chinches, garrapatas, liendres y piojos en los bolsos de Louis Vuitton, algo imperdonable si se tiene en cuenta que se fabrican en la planta baja de la Torre Eiffel y en talleres con vistas a la Fontana de Trevi.
No es de recibo que la gente habituada al tax free vea o siquiera -después de las noticias aparecidas sobre tantos moradores parasitarios- imagine que puebla la misma biosfera que esos animales que sólo se ven en los documentales de la 2. Sin embargo, es evidente que la comprensión tiene sus límites, igual que los tiene, por desgracia, la opulencia. Uno puede imaginar que va a New York en jet privado, pero es sumamente desagradable que los periódicos les saquen fotos a pobres con chinches en Barajas, que es un lugar donde es preferible el pecado a la inmundicia. Ayuso y Almeida culpan a Sánchez, porque creen que la pobreza podría formar parte de una estrategia de Moncloa para enzurdar Barajas. Ya se sabe: rojos, pobreza y piojos… La Comunidad y el Ayuntamiento pueden soportar parásitos, y de hecho lo hacen, pero sólo aguantarían los de Barajas si Tous los convirtiera en pequeños pendientes de diamantes. No se les pasa por la cabeza que haya socialistas históricos, incluso gente con delirios de ascender, que deje la pavía de bacalao en la barra de Casa Labra, pase por Ferraz a recoger los cartones y las jarapas coloradas y se vaya a Barajas con las garrapatas arrancadas a las cabras de la Vera y metidas en cajas de cerillas para dejarlas en los equipajes de la fila de business.
Alguien tiene que librar al aeropuerto de esa publicidad, pero ni la Comunidad de Madrid ni el Ayuntamiento tienen recursos para hacerlo. Habría que dejar desvalidos a los institutos del Opus, y mirar para otro lado cuando los okupas vieran que están construyendo refugios a gente que es más pobre que ellos. Los políticos madrileños tendrían que empezar a leer Hambre, de Knut Hamsum, o Sin blanca en París y Londres, de Orwell. O, peor aún, el Cuento de Navidad. El problema de buscar una solución política a las chinches, en Madrid, es que las autoridades tendrían que recurrir a San Lucas, que contó que alguien dijo: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos” (Lucas. 6-20,21). Sobre todo si son rojos, es el único lugar habilitado para ellos. Barajas sería sólo la ubicación desde la que van hacer el take off.