Un mundo hiperactivo

Estoy en un mundo en el que no tengo adónde ir, ni con quiénes compartir -exceptuando a muy pocos amigos- lo que pienso. Un mundo donde vivir se ha convertido en contemplar y sufrir el movimiento ajeno y el propio. Esa hiperactividad no lleva a ninguna parte, porque no entendemos ninguno de los lugares a los que vamos, y lo que menos comprendemos es la quietud necesaria para saber por qué nos movemos, viajamos, comemos y gastamos dinero. Se trata de un mundo parecido a una máquina de gimnasio, en la que alguien le ha dado al botón de la velocidad y no podemos bajarnos de ella. No sólo eso: tenemos además que hacernos selfies y subirlos a internet, para que los demás vean que nos movemos más que ellos y además somos más guapos. El destino final será el cansancio, el hastío vital, el vacío, pero en eso todavía no hemos reparado. No tenemos ni la madurez, ni la conciencia necesarias para saber que la humanidad entera comete los mismos errores que nosotros.

            Si antes del año 2000 nos hubieran dicho cómo íbamos a emplear nuestro tiempo, cómo miles de japoneses iban a impedirnos ver la Giocconda, cómo soportaríamos viajes vacacionales hacia el sinsentido, cómo fotografiaríamos los platos que íbamos a comernos en los restaurantes, para colgarlos en Facebook, y cómo íbamos a estar eternamente sonriendo, porque eternamente estaríamos ante una cámara, hubiésemos llamado a un psiquiatra no para que nos quitara esas ideas de la cabeza, sino para que nos recetase alguna droga. La adicción a las drogas es preferible a la hiperactividad de la que nos librarían. No obstante, hemos perdido el momento de curarnos: ahora estamos inmersos en otro tiempo. Ahora nuestra hiperactividad no es una enfermedad diagnosticable y curable, ahora es nuestro parque temático, nuestra existencia.            

Hace treinta años no necesitábamos dinero para casi nada. La conversación hubiese sido imposible en una Xbox, y preparar nuestra aportación al mundo no hubiese cabido en un videojuego, ni en un Powerpoint. La relación con las mujeres nunca se hubiera planteado a través de una pantalla, y la vida nunca hubiera perseguido tener millones de fans, sino que una sola mujer se enamorase perdidamente de nosotros, porque si no hubiéramos tenido que ser nosotros los que nos enamorásemos de ella. Los tiempos han cambiado, como decía Bob Dylan. En muchos sentidos. Antes había calma, pensamiento, momentos para diferenciarnos de los demás, sueños que sólo nosotros podíamos cumplir. Había libros que nos lo decían todo, porque siempre buscábamos respuestas. Había un cine y una música que nos invitaban a reflexionar, no a consumir. Es decir, teníamos un futuro. ¿Qué ha ocurrido para que ese futuro se haya convertido en lo que ahora padecemos? Supongo que cada cual tendrá su punto de vista. Algunos no tendrán ninguno, que es de lo que se trata. Quien quiera una explicación que se note que es personal e intransferible, que le pregunte a ChatGPT, o a OpenAI, o a PericoEDLP.

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