La moda del genocidio

Siempre ha habido guerras en el mundo, las más decisivas en Europa, el continente de la filosofía. Tras las dos contiendas mundiales, caracterizadas por la vergüenza, se produjo la Guerra Fría, soterrada hasta que cayó el Pacto de Varsovia y el capitalismo se hizo dueño del mundo. Ahora todas las guerras son capitalistas: los que tienen dinero las inician contra los que no tienen absolutamente nada. Esa es su característica principal, y su justificación. Los que mueren no son los soldados, los ejércitos o las facciones que luchan en ellas, sino la gente normal. Sin embargo, y quizá por primera vez, esta gente no es una víctima colateral. Es el propio objetivo por el que se hacen. Viven en sus casas y tienen que salir de ellas y de sus países en los mayores movimientos migratorios que se han producido en toda la historia. Este tipo de política, en la que se vacían territorios para conseguir que quienes habitan en ellos dejen de molestar a quienes los compran, la inventó el gobierno estadounidense con las minorías indias. Primero les dio una reserva para que pasara el tren, y finalmente, inventó la civilización para echarlos de la reserva.

La guerra se ha convertido en inversión y, ahora, al menos en las más importantes -la de Ucrania, Oriente Medio y Sudán- vuelven a darse los planteamientos de Hitler: la necesidad de espacio vital. Se consiguen territorios acabando con la vida de quienes viven en ellos. No pueden defenderse, de modo que se ha puesto otra vez de moda el genocidio. Las tres guerras que he mencionado sólo son máscaras del terrorismo de estado. En la guerra civil de Sudán se lucha por la tierra y el agua. Los contendientes están más igualados, pero existe un escalón infranqueable entre los que combaten y los que sufren los desastres de esa contienda en la que las violaciones de mujeres se han convertido en una estrategia de deportación. Sin embargo, el caso más aberrante es el de Israel, que ha iniciado una guerra de expansión perfectamente diseñada, igual que Putin, sólo que Putin, un nostálgico del imperio ruso, se ha topado con la respuesta de gente que posee tanto dinero como él. En cuanto a Israel, antes compraba el silencio internacional, ahora mata a periodistas. Es más barato.

Se trata, por tanto, de las guerras de los poderosos contra los indigentes, un tipo de confrontación que ilustra muy bien el paso que está dando el hombre del siglo XX al del siglo XXI. No sé qué pensarán los Departamentos de Derecho Internacional de todas las universidades europeas y americanas. Quizá sería mejor que cerraran, y se dedicaran a estudiar ictiología: el pez grande se come al chico. El racismo y el genocidio han resucitado a Hitler, de modo que quizá Hitler no haya sido superado, y termine por convertirse en el personaje más lógico del siglo XX. Si no, véanse a Putin y a Trump, y a Musk, ahora llevado a altares que habían estado vacíos desde que murió Steve Jobs: los altares de la envidia, que es la que siempre declara las guerras. Sólo que Jobs tenía mejores intenciones.

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