La pagoda del sinsentido

Llama la atención el giro que está tomando no sólo la política mundial, sino la forma en que la gente empieza a mirar a los demás. La palabra “reaccionario” nunca ha sido neutra, aunque etimológicamente indica una respuesta a algo que a uno no le gusta. Reaccionario hace tiempo que adquirió un solo camino y un solo sentido. La derecha española es reaccionaria no porque proteste, sino por los objetivos de su protesta: la globalización, las migraciones, las economías que no tiendan a la desigualdad, y esas ideas políticas se refuerzan con elementos místicos. Para los ultras, que son ya los únicos reaccionarios, todo se ha convertido en sagrado. Se ha sacralizado el sinsentido, que es lo único que sólo puede existir si uno basa sus creencias -que no ideas- en una fe que la razón no puede ofrecer, porque la razón necesita argumentos. El ultra español vive en una pagoda, en un templo donde guarda objetos sagrados. No necesita pensar en ellos, sólo los atesora. No es necesario discernir sobre lo que hace, sobre las consignas que obedece. Basta una defensa de aquello que la tradición considera que debe ser defendido. Los ultras españoles -y no me refiero a los votantes, sino a los dirigentes- han cometido un gran error, aunque desconozco si lo saben: han negado las evidencias de Gaza. Jamás podrán testificar, ser objetivos. Sólo les ha sido concedida la capacidad de jurar por aquello en lo que creen, y no creen que en Gaza se esté llevando a cabo un genocidio.

            Hay algo que compadezco de Vox, ese partido que, como decía Pármeno refiriéndose a Calisto, ha quitado del cielo a dios y ha colocado en su lugar a los santos que todos los años sacan los costaleros en Semana Santa. Vox aspiraba a convertirse en una mezcla de José Antonio y el Marqués de Sade, sin darse cuenta de que tiene a su derecha a otro partido aún más radical: el PP. Confío en que Vox acepte el tramo de la moderación. Son demasiado gritones, pero no les ha quedado más remedio que escuchar a Ayuso, Feijoo y Almeida, y a la diosa Kali que los ha engendrado a todos, Esperanza Aguirre, diciendo que lo de Gaza no es un genocidio, sólo porque Pedro Sánchez pronunció primero la palabra. Ha debido de resultarles sobrecogedor. Es indignante que políticos demócratas expresen esas opiniones como si las pensaran. Hemos de creer que no lo hacen, porque decir algo así supondría que no tienen ojos en la cara. Cierto que todos los políticos españoles, en la actualidad, son acólitos. En política sólo hay acólitos. En el instante en que alguno de ellos adquiere conciencia de sí mismo, como la Skynet de Terminator, la política procede a segregarlo, o se exilia él mismo. Esta es la derecha que tenemos. Oír a esta gente hace que empecemos a dudar de la inteligencia propia, por el descaro, la firmeza y la convicción con que sacrifican a intereses inconfesables el millón de evidencias que todos los medios reproducen, excepto sus televisiones públicas.

La mejor forma de no confesarlos es pregonarlos. Esta es la gente que tenemos en la política española, gente convencida de que la Guerra Civil continúa, gente metida en el ataúd de Nosferatu a la que han dado largas sin decirles que han pasado tres siglos. Gente que, pese a ello, es votada y permanece en el poder. Si no fueran figuritas de guiñol producirían cierto escándalo. La política española es un epitafio. Ni siquiera las traiciones del partido socialista son tan deprimentes como escuchar que lo de Gaza no es un genocidio. Alguien debería de regalarles la obra de Platón, a ver si se enteran de por dónde tienen que tirar para llegar a la boca de la caverna.

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