El informe Pelícano

De electricidad sólo sé lo que se necesita para pulsar un interruptor, lo que todo el mundo, porque las facturas tampoco las entiendo. Sin embargo, en relación a lo ocurrió el lunes -al apagón-, creo que la electricidad es lo que menos importa. España es diferente, siempre lo ha sido. Aquí las causas casi nada tienen que ver con las consecuencias. Por eso la electricidad, o el sistema eléctrico, no importa. Sólo importa cómo se está diseñando. Es decir, el dinero. El apagón resultó tan inaudito que tuvo que ser provocado. ¿Por quién? De eso se trata. El bipartidismo -sobre todo el PP- privatizó la generación eléctrica española, y la convirtió en un oligopolio compuesto por cinco empresas que suponen la pérdida de soberanía energética -y ahora también política- en este país. Además, Rajoy -el menos social de los presidentes que hemos tenido, algo así como un mono con una pistola- desvió a los consumidores el pago del déficit de tarifa, que es algo de lo que sólo tienen noticia los psicólogos que tratan a los accionistas y presidentes de las corporaciones energéticas. El problema culminó con la pérdida, mediante otra privatización, de la mayor parte de Red Eléctrica Española, que cayó en manos de inversores institucionales extranjeros, como BlackRock, el mayor gestor de activos del mundo. Es decir, después de pasar a oscuras la mayor parte del lunes, nos dimos cuenta de en qué manos estamos. No hablemos de las puertas giratorias, mediante las que una aristocracia política sigue encontrando sustento en las corporaciones a las que ha beneficiado.

            Dicho esto, ¿a quiénes beneficia el apagón? Desde el día siguiente en que ocurrió surgieron dos debates que son importantes para el esquema estratégico español, y en los que entraron en pugna la política estatal y los beneficios de las grandes corporaciones eléctricas: uno es el cierre de las centrales nucleares y otro la falta de fiabilidad de las renovables, que necesitan una fuerte inversión para hacer que esa energía pueda almacenarse y liberarse cuando haga falta. Si esa inversión no se produjera, el apagón volvería a repetirse, en caso de que -como pretende el Gobierno- se cerrasen las nucleares y todo el sistema tuviera que depender de la solidez de las renovables. De pronto, el lunes 28, en eventos de cinco segundos, según dicen, España se quedó sin electricidad, que fue recuperada, en el lugar donde vivo, dentro de las siguientes 8 horas. Hay que presionar, pero sin pasarse. Después aparecieron los actores hablando del Sursum corda, pero todo el mundo sabe lo que ocurrió: el Gobierno, Red Eléctrica y los cinco oligarcas que representan a los operadores privados donde se originó ese accidente sin parangón. Todos lo saben, pero es una verdad que sólo aguantarían los lectores de nuestro admirado Francisco Ibáñez. Fue arriesgado, escandaloso, pero había que ejercer cierta presión política.

            La solución para que esto no vuelva a repetirse es, en cualquier caso, beneficiosa para el oligopolio: o se mantienen las centrales nucleares, algo que favorecería a las compañías eléctricas que las utilizan, porque son baratas, o se invierte lo necesario en las renovables para hacerlas sostenibles. Si esto se produjera, ese gasto recaería no en los que han estado poniendo paneles solares y levantando torres eólicas. Debería recaer en ellos, puesto que sus beneficios han sido estratosféricos en los últimos años, pero viendo que el desastre lo ha sufrido la ciudadanía -que es a la que realmente hay que engañar-, esa inversión tendría que salir del tesoro público, puesto que es el Gobierno el que ha optado por desarrollar la energía que ha sido señalada como la culpable del apagón. Este Gobierno está contra las cuerdas: no puede encarecer la electricidad porque sería impopular, y hasta injusto. Ahora mismo, sea cual sea la política que se aplique, las eléctricas ganan. A ellas ha beneficiado el apagón. Siempre beneficios, se tome la decisión que se tome: mantener nucleares, o salvar las renovables con una ingente cantidad de dinero público, que las corporaciones eléctricas no van a pagar. Como dicen en las películas americanas, sigan el rastro del dinero.

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