El desfile

Hemos entrado en el siglo XXI como pollos sin cabeza y, a medida que han pasado los años, nos hemos dado cuenta de que la libertad que nos prometieron la política, la cultura, y las nuevas relaciones personales que proporcionaba el estar infinitamente conectados es una verdadera mentira, un desfile que podemos presenciar más allá de las vallas puestas por la policía, pero en el que se nos impide participar. Nuestra capacidad de decisión pertenece ya a otros. Hablan por nosotros. Votan por nosotros. España es una multitud puesta en las rodillas de un ventrílocuo, una doña Rogelia. Vemos, además, un desfile que no nos gusta, pero nos han colocado en una posición en la que no podemos renunciar a él, volviendo la cabeza. Ni la protesta ni el diálogo funcionan, porque todos gritan. Ya no pertenecemos a la comunidad en la que nacimos. La negación es ya imposible. Pagamos la silla para ver el desfile -no otra cosa son los impuestos-, y después morimos.

            Hace años se hacía literatura en los cafés, no porque hubiera cafés, sino porque había literatura. Ahora los libros desfilan por los escaparates de las librerías y, salvo excepciones, sólo sirven para encender la chimenea. Hace años, había manifestaciones en las calles. Se protestaba con pasión, no porque hubiera motivos para protestar, sino porque había pasión. Ahora hacemos memes sobre la política. Nos hace reír que la izquierda y la derecha sean lo mismo. Todo nos hace reír. Hace años los enamorados se escapaban de casa no porque estuvieran prisioneros, sino porque estaban enamorados. Ahora ven pornografía y escuchan reggaeton, y les dicen a las mujeres que las quieren con mensajes de whatsapp, o que las abandonan. Mala suerte.

            Todo es un desfile. Todo ocurre muy lejos. Nos prometieron una democracia y nos han dado una dinastía de caciques. Nos prometieron una Europa y nos han dado un Banco Central que sólo presta dinero a los millonarios. Nos prometieron cultura, y nos dan espectáculos para que olvidemos el mundo en que vivimos y lo que somos. Nos prometieron formar parte del desfile, y nos han puesto detrás de una valla y un policía a caballo, para que contemplemos la misma película todas las semanas, como si fuéramos a misa. La contemplemos en silencio y con las manos atadas a la espalda. Algunos rezan y otros no. Lo que impide que derribemos las vallas y seamos nosotros el desfile, por fin, es que para hacerlo tendríamos que meternos en la pantalla del televisor. Y eso no vamos a hacerlo, porque la serie que nos gusta está a punto de empezar.

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