La eutanasia de la izquierda

Los recientes triunfos de la derecha y la ultraderecha en Europa (Portugal), y en el resto del mundo (Argentina), han propiciado que volvamos a hacernos las preguntas que surgieron tras la caída del muro de Berlín: ¿Por qué es tan absoluto el fracaso de la izquierda como ideología y, también, como bloque político fiable? En Francia, el surgimiento del socialismo moderno estuvo ligado al Mayo del 68, al existencialismo; en España fue un movimiento reaccionario: sabemos contra qué se reaccionó aquí, y lo que significó que hubiese partidos de izquierda que hicieran reaparecer todos los rencores de la Guerra Civil. En Inglaterra nunca hubo un laborismo fuerte y, si lo hubo, Thatcher acabó con él, junto con la reina y la libra. Sólo en los países nórdicos el socialismo fundó algo sólido: lo que ahora podríamos llamar socialdemocracia. Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia, y por supuesto Alemania, fueron países en los que las luchas por el poder las decidía el pueblo, no la política. Allí la izquierda atendió a una serie de campos básicos (sanidad, educación, justicia) que nadie puso a la venta. Una especie de contrato social, o político, que hoy día sigue vigente y que ha convertido al norte de Europa en el único territorio en el que la imbecilidad ideológica no existe, ni importa.

               En el resto de Europa, y sobre todo en España, lo que ha arruinado a la izquierda ha sido no tener en cuenta el bien común, depreciar unos principios basados en la igualdad y, sobre todo, pensar que una vez adquiridos esos derechos había que renunciar a mejorarlos. La izquierda en España es una izquierda de brazos caídos, de niños pilaristas que no han sabido luchar por sus bases, ni luchar por casi nada. La sanidad y la educación no son ni sombra de lo que fueron al comienzo de la democracia. Esa falta de compromiso con la calidad ha sido lo que ha hecho de la izquierda una opción que, sobre todo, ha defraudado. En los tiempos que corren, la identidad es lo último que se debe poner en peligro. La derecha tampoco firma ningún compromiso social, pero en la derecha esto se presupone. La izquierda ha obtenido el poder engañando a los que la votan. Esa es la cuestión. Tenemos un progresismo al que le falta atención a las cosas importantes, simplemente. No ha sabido cobrar impuestos a quienes hay que cobrárselos, ni tampoco mantener la calidad de los bienes básicos, por ejemplo, la cultura. Hace años en España se representaba Quién teme a Virginia Woolf, ahora sólo se representan musicales. La única forma de que la política sobreviva en estas condiciones es el secuestro, no dar oportunidades a la multitud que vota, mantenerla subvencionada, para que tenga que ser el estado quien le dé de comer. Pan y circo. El circo lo vemos en la evolución que está sufriendo la cadena estatal, RTVE, un berlusconismo que llevará a muchos a pensar que lo que dan es lo máximo que puede conseguirse con los impuestos que se pagan.            

No sé si la muerte de la izquierda es una eutanasia o un suicidio. Quizá sea una eutanasia, porque no es algo autoinfligido. La han estado pidiendo, durante los últimos 30 años, con despropósitos y contradicciones. Seguramente se la administrarán los votantes, y también los poderosos. Unos, por desilusión, porque el progresismo actual ya no practica una moral, ni un programa de izquierdas. Los otros porque creen que está llena de bufones que cobran mucho y no hacen reír. El problema más grave que tiene actualmente cualquier intento de socialdemocracia es que ya nadie la considera rentable. Que el pueblo muera de hambre está bien, pero que además muera sabiendo escribir es inconcebible.

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