Este 6 de diciembre se cumple el 46 aniversario de la Constitución Española, que nació con síndrome de Asperger. A veces no se le nota, pero sufre de un exceso de literalidad. No entiende las connotaciones, igual que nuestro sistema educativo. España era analfabeta cuando se aprobó, en el 78, de lo cual se aprovecharon los herederos de Franco y unos políticos con escasa visión de futuro. La redactaron para dar libertad al pueblo, algo que no existía desde el año 31 y que fue la causa de una guerra civil. El tradicionalismo nunca ha permitido que España sea libre y, en realidad, sigue sin serlo. Eso no es rentable, porque el tradicionalismo español es económico. Antes lo mantenían los señorones con cotos de caza, y ahora lo mantiene el Ibex35. La amenaza del militarismo volvió tres años después. Todo había sido absolutamente planeado. Esa fue la culminación de la democracia española: que Gutiérrez Mellado se pusiera ante la pistola de Tejero y le impidiera, porque fue únicamente él quien lo impidió, con aquel gesto de valor, dar el golpe de estado. Desde entonces, todo ha vuelto a su cauce. Sospecho que los padres de la Constitución tenían una idea teórica de lo que era la libertad, pero no la igualdad, porque no hicieron nada para impedir que a nuestra Carta Magna se la comieran los que tienen la llave de la despensa.
Esta Constitución lo garantiza todo, pero no crea las bases para que esas garantías se cumplan. Cierto que, si no tienes el dinero suficiente para comprar una casa, dejas de tener derecho a ella, pero eso no debería implicar que tengas que tener tanto dinero para no dormir al raso. A la democracia la inventó el mercado, así que tanto las constituciones modernas, como las democracias son nuevas máscaras que se pone la desigualdad. Además, la Constitución española se caracteriza por otro rasgo que nadie entiende: es inamovible. No ha habido ni voluntad ni mayorías para cambiarla, pese a que hace veinte años que resulta imprescindible adecuarla a lo que somos. Supuso un punto de partida momentáneo, con claras carencias, con enormes e infundadas diferencias entre unos territorios y otros, y con 18 parlamentos, incluido el nacional, que lo multiplican todo y no solucionan casi nada. De nuevo, ideología sin eficacia. Ese es el gran defecto de la política de este país.
Así que esta democracia se parece a un rocódromo al que los niños van a pisarles las manos a otros, atados a cuerdas de las que no pueden librarse, aunque sea por su seguridad, y siempre compitiendo por llegar a lo más alto, y cortar después las de los que vienen detrás. No se puede hacer una nación con 17 mentalidades de aldea. En Alemania, el actual repunte de la ultraderecha ha sido el resultado del fracaso del resto de los partidos. En España es el resultado de que los 40 años de franquismo han persistido en nuestra mentalidad, y todavía persisten como proyecto. Ese es nuestro tradicionalismo, nuestro inmovilismo, que permanece en la educación, mantenido por la iglesia y santificado por Ayuso. Quizá sea la razón por la que esta Constitución no debió haber nacido así. Ahora que lo sabemos, lo mejor será no hacer nada. La política actual no está preparada para eso, ni para nada que se le parezca.