La sociedad compleja en que vivimos, que ha ido conquistando libertades presentadas como progreso, nunca ha abolido totalmente la censura. En realidad, la censura sigue latente en todas partes, porque ya no significa nada. Todos la aceptamos, por la razón sencilla de que la libertad de decir lo que uno piensa, tenga a o no tenga relación con la verdad, tampoco supone demasiado. La verdad ha perdido su vigencia, por tanto la libertad de decirla también. No se ha eliminado el mensaje, sino al receptor. Dicho esto, la censura se ha vuelto corporativa. Consiste no en impedir que se exprese el pensamiento, sino en que ningún pensamiento signifique nada. A veces también se impide su difusión, pero sabiendo que, en una sociedad donde todo el mundo está conectado, si la verdad se emitiera, por escandalosa que fuese, no tendría repercusión alguna.
En el pasado, la censura era gubernamental: tenía que ver con el tipo de política, con el régimen que gobernara o con qué supusieran las ideas individuales. Ahora es privada. Una red social en la que el gentío se mete para decir lo que no es, por poner un ejemplo, tampoco ofrece esa libertad de difundir lo que se quiera. La censura está basada en la propia organización de la corporación. ¿Le dejarían a usted publicar opiniones contra la red social, en la propia red social? Ningún crítico puede criticar al encargado de difundir después esa crítica. Supongo que es lógico, pero también un claro síntoma de que la libertad que se posee no pertenece a quien la posee. Es el problema de la libertad: ¿conservamos la posibilidad de ejercerla después de conquistarla? No, y eso significa que no la hemos conquistado.
Antes, cuando llegaba el día de los inocentes, buscábamos las noticias chuscas que aparecían en los periódicos. Hoy, 28 de diciembre, día de los inocentes, no he podido encontrarlas. Para los periódicos, todos los días son ya el de los inocentes. Cualquiera de las noticias que aparecen en ellos puede ser verdad o mentira. Ambas son tratadas como noticias y, muy pronto, la inteligencia artificial nos alumbrará un nuevo territorio de ficción en el que lo que ha ocurrido realmente será sólo un personaje más de los muchos que aparecen. En eso consiste la censura. Ha comenzado la hora estelar de lo que no importa, de la indiferencia. Cuando, en el futuro, la verdad sea transcendental, y de ella dependa nuestra vida, o la existencia de nuestro modo de vida, de nuestra libertad, y tengamos que hacer algo decisivo y necesario para conservarlos, bastará con que miremos para otra parte. Nadie notará la diferencia.