Fascismo «urbi et orbi»

Lo que ocurre en el mundo empieza a convencernos de que ni la simpleza de Trump, ni la nostalgia de Putin, ni el odio de Netanyahu, que ha llamado a San Juan para que le construya un resort, son el origen del malogrado futuro que empezamos a intuir, sino su consecuencia. El sesgo totalitario que en la actualidad está tomando la política lo ha estado gestando nuestro modelo económico durante siglos. ¿Es así el hombre, o sólo son así los dictadores? ¿Es el ciudadano normal, el que mira hacia adentro, el mismo que -al llegar a la política- se convierte en supremacista, negacionista, autócrata e imbécil? La situación actual no es coyuntural, sino que corresponde a lo que han supuesto el devenir histórico, el capitalismo y este poder tras el poder que ahora llamamos democracia. Los valores hoy día más denostados -entre ellos, la verdad- resulta que son los que han construido de nuestra civilización. Vuelven la censura, los fake, la falsedad como retardante del pensamiento, y los gustos y odios de los poderosos se convierten en el canon que marca las tendencias colectivas.

            El totalitarismo del mundo no lo ha inventado el triunvirato de fascistas -coronados por la democracia- que ahora compiten para ser amenazas globales. Lo ha sugerido el sistema en que vivimos. La cultura ha sido erradicada, y los conflictos individuales, que eran un motivo para pensar, ahora son tratados con antidepresivos. Asistimos a una nueva forma de soledad que parece sacada del infierno de Dante: aquella en la que hay que abandonar toda esperanza. Una soledad sin paliativos, pero que desaparece si desaparece el hombre o la mujer que la soporta, es decir, si son narcotizados, o convertidos en zombis ideológicos para que no piensen y, por tanto, para no rebelarse ni protestar. Las políticas nacionales ya no existen. Sólo existe un designio decidido por un Deus ex machina a través de la desigualdad. El genocidio de Gaza es el extremo de esa desigualdad, igual que el de Ucrania. El capitalismo, cuando se inventó en el siglo XVI, ya contenía la amenaza de fin del mundo que vemos en lontananza. Cuando Guterres advierte en la ONU del problema nuclear quizá olvida que nuestro sistema social está hecho para que fuera a parar a un solo individuo. El Big Brother. El que posee las bombas.

            Ha bastado que los fanáticos del baseball, los bebedores de cerveza y los poseedores de armas de EE. UU. voten al que es como ellos para que la ignorancia se haya transformado en autocracia. La política hace tiempo que se había desvirtuado lo suficiente para que Trump pudiese ordenar el asalto al Congreso norteamericano, así que lo que viene a continuación ya no depende del juicio, de la reflexión o del carácter individual. Hemos dejado atrás los problemas de la existencia. Somos un hormiguero, un grupo organizado de tal forma que pueda ser aplastado por un solo pie.  La democracia es el Saturno que devora a sus hijos, y la historia un proceso que nos ha traído a la desinstitucionalización global que ha propuesto -o dictado- Trump en la ONU. Es necesario que Europa se arme hasta los dientes, si queremos que Erasmo resucite. El problema estriba en que Europa es ya sólo un Banco Central y un conjunto de másteres universitarios que hay que pagar a precio de oro. Del paracetamol mejor no hablar.

Publicado en el diario HOY el 27 de septiembre de 2025

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