Verano azul

El fin de las vacaciones siempre plantea la necesidad de cambiar muchas cosas. En primer lugar, el trance ilusorio con que las esperamos. Vivimos, el resto del año, como destinatarios de algo que la vida nos debe. Las vacaciones, que iban a proporcionarnos una reparación, resulta que sólo nos hacen ver que somos irreparables. Los tiempos modernos han hecho de nosotros algo parecido al Gólem, el monstruo creado por el rabino Löw para realizar los trabajos duros en la sinagoga, que cometía crímenes cuando el rabino se olvidaba de quitarle de la boca el papel con las palabras cabalísticas que le daban vida. Nadie sabe qué pensaba aquel monstruo de arcilla de la vida mágica que recibía, y que en realidad lo volvía otra cosa, pero el turista moderno, el hombre que nace aspirando a descansar presenta un síndrome parecido cuando el día 1 de agosto lo sueltan y hay que buscarlo por el resto del mundo (no ya en el guetto de Praga) para quitarle el papel de la boca. Estoy convencido de que la mayoría de los turistas, esos hombres y mujeres que vuelven el día 31, tienen las mismas señales de insatisfacción con el trabajo que con el descanso. Nada nos complace. Quizá somos incapaces de ser dichosos. Quizá el turista es un tipo que ha extraviado el sentido de la vida, y lo busca en las pesadillas que lo acosan cuando duerme en los aeropuertos.

            La vuelta al trabajo es una vuelta a la rutina, al hastío. Comienza una vez más la cuenta atrás. Es también una suerte de esclavitud que somos incapaces de diferenciar del automatismo de las vacaciones, consistente en un movimiento perpetuo que tampoco nos concede la libertad. No personalizamos las vacaciones: hacemos lo que todo el mundo hace. Las vacaciones, simplemente, nos sumergen en una multitud distinta. No es la que trabaja, pero tampoco es la que vive, o la que descansa. El trozo de papel con las palabras de la cábala que nos insertan en la boca nos hace tomar conciencia sólo de que somos un monstruo de arcilla, y de que nuestra felicidad consiste en una búsqueda de sentido extraviado en alguna parte. El rabino Löw también daba vida al Gólem escribiendo en su frente la palabra hebrea Emet (verdad), y le quitaba esa vida borrando a esa palabra la primera letra, lo que creaba otra: Met (muerte). Lo ha copiado Netanyahu con el ejército israelí, su Gólem.

            Además, no hay que olvidar los parques temáticos. Vivimos en ellos como si fueran productos de la imaginación, no infiernos en los que persiste el estereotipo. Todos los turistas van a los mismos sitios, todos viven las mismas experiencias. Todos eligen las vacaciones que eligen los demás. Ahora estrenan Tarzán, el musical. Jamás nos libraremos de Tarzán, personaje simpático que representa la enorme frustración de los que no podemos serlo, aunque busquemos sus fundamentos durante las vacaciones. Tarzán es otro parque temático. Esas peleas con los leones y esa admirable obediencia de los elefantes las convertimos en la lucha con los que quieren llegar antes a la hamaca de la piscina, y en la diligencia del camarero que nos dice dónde están los huevos con bacon en la encimera del buffet libre. Cada vez encontramos más diferencias entre gastar dinero y ser feliz. En realidad, lo que ocurre es que van a terminar fastidiándonos el capitalismo.

Publicado en el diario HOY el 30 de agosto de 2025

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