La inopia

            No sabemos por qué, pero hay épocas marcadas sólo por sus problemas. Durante los años 80 parecía que nos levantábamos por las mañanas para ser felices, ahora lo hacemos para pagar las facturas que originan los gastos de otros. Nos hemos acostumbrado a las dificultades, igual que a confundir TVE1 y Telecinco. No obstante, hay etapas en que los problemas son más importantes y cualquiera sabe, sin que sea necesaria una audioguía, en qué consisten. A veces el problema fluctúa, dependiendo de si nos toca de cerca o no. Da la impresión de que ahora todos los problemas nos afectan. La imposibilidad de comprar o alquilar una casa -por ejemplo- supone, sobre todo para los jóvenes, un problema fundamental. Las leyes que dan cobertura a los que ocupan casas, e impiden que sus dueños las recuperen de inmediato, son otro gran problema, al menos en los telediarios y programas de sobremesa. En cualquier caso, el mayor problema que tiene este país es el de sus políticos. No el de la política, sino el hecho de que no haya nadie con la suficiente entidad para ejercerla. Los partidos jamás representan a aquellos que los han votado, por eso las campañas electorales son un ejemplo de hipnosis colectiva en las que al único que puedes elegir es a quien quieres que te engañe.

            La política es el gran azote de la democracia. Estamos viendo cómo en Europa, y en el mundo, los intereses de los poderosos están muy por encima de las relaciones entre los parlamentos y los pueblos a los que éstos representan. A un político se le debería pedir más independencia de la que tiene, más personalidad, y una formación que no los lleve a vivir en la inopia. Dejar problemas como los de la educación, la sanidad o la vivienda a gente así es como dejar que Mariló Montero monte una notaría. No están para eso, nunca han escalado peldaños en sus partidos para comportarse como estadistas. Están ahí para obedecer a los que les dan dinero. Es la ley de la oferta y la demanda, que consiste en comprar su tranquilidad vendiendo intranquilidad a la mayoría. El político que gestiona ha desaparecido. Ya no hay gestores, y además la política ha vaciado al votante para que no le interese la gestión. Sólo hay personajillos que luchan por cuotas de poder. Tal es la política que nos ha tocado, una política de vedettes.

            Las sesiones del Congreso, verdaderas astracanadas, son repetidas por las cadenas de televisión sin que el televidente note una mirada más o menos crítica, analítica, una mirada que contemple las consecuencias de lo que se legisla. Se acabó, en este país, abordar en el Parlamento un tema que preocupe a la mayoría. Ya no existen mayorías, sólo partidarios. Ya no hay grupos políticos, sino catervas de pandilleros. A los políticos, antes de ejercer, debería pedírseles que lean a Blas de Otero, a ver si así son capaces de comprometerse; que pasen cuarenta días de hambre, como Cristo o Zaratustra. Sin hambre no hay política, ni justicia. Y finalmente, habría que hacerles odiar el dinero con las mismas técnicas que utilizó Anthony Burgess con Alex, el adolescente de “La naranja mecánica”. Quizá de esa forma el español no tendría que contemplar este vodevil parlamentario que produce tanta tristeza. Ya no elegimos representantes. Elegimos sólo el misterio del rosario que van a rezarnos durante cuatro años.

Publicado en el diario HOY el 13 de septiembre de 2025

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