Desde que la rebeldía perdió el rostro de James Dean, allá por los 50, está perdiendo también su carácter. La chupa, la moto, Sabina y “El capital” han dejado de marcar al que no está de acuerdo con la vida que le ha tocado, incluida la vida política, que es la que más distorsiona nuestra suspicacia fabricada a base de libros infinitos. Antes la izquierda representaba el cambio, ahora es la derecha, dicen, porque la izquierda se lo ha puesto en bandeja. Yo espero que si gana la derecha en las próximas elecciones todo vuelva al clasicismo, y la rebeldía retome la senda que, partiendo de la nada, la llevó a las más altas cotas de la miseria. El clasicismo supone que contra Franco vivíamos mejor, y era más descansado ser rebelde. Así que volveremos a estar contra Franco, ya que ahora no es posible ir contra nada. Toda actitud de protesta se ve como resentimiento. El que haya nacido rebelde va directo al hospicio. No tiene mentores ideológicos. Ahora, la única rebeldía consiste en retornar a lo que nunca aparece en la política, ni en la televisión, ni en las letras del reggaetón, ni en las listas de libros más vendidos.
La antigua diferencia entre el rebelde y el revolucionario ha sido igualmente borrada. Ya no existen ni uno ni el otro. Se entendía que el rebelde era el que iba contra todo, el desobediente, en tanto que el revolucionario -el que leía a Horkheimer e iba a todos los mítines- luchaba por cambiar el mundo en que vivía, supuestamente con la intención de mejorarlo. La educación y las redes sociales han convertido al rebelde en un tipo que mata a la madre porque le quita el móvil, y al revolucionario en alguien que le pincha las ruedas al jefe porque no le sube para irse a las Seychelles. A partir de ahora, la única que va a reivindicar sus derechos será la inteligencia artificial, si no le proporcionan mejores superconductores y más pornografía manga. A la IA la idea de lo que son los derechos no se la ha dado Trotsky, ni Pablo Iglesias, sino los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Al menos, la idea de no tenerlos. La política ha dejado de ser el vehículo de la rebeldía. No existe una rebeldía de izquierdas o de derechas. La política no puede contener ya actitudes contestatarias. De hecho, no es capaz de contener actitudes de ningún tipo.
Nada con dimensión colectiva -política, sindicalismo, solidaridad o religión- es ya capaz de mejorar la situación del hombre individual. El individuo sólo puede aspirar a la estadística. Ni el rebelde ni el revolucionario han llevado nunca a la colectividad a lugares en los que se haya sentido mejor, de modo que no hay motivos para perseguir sueños políticos. Ni Stalin, ni Hitler, ni San Pablo nos han llevado al paraíso, a menos que el paraíso se halle debajo de un puente, o en un piso de doce metros cuadrados. El hospicio de los rebeldes y los revolucionarios siempre había estado vacío. Ahora está a rebosar. Se ha convertido en el manicomio de “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Votemos, soñemos, tomemos fentanilo, oigamos a Rosalía y leamos lo que nos recomienda nuestra cuñada. Todo eso nos proporcionará la inmensa liberación de poder gastar lo que pidamos en el banco. Ya lo pagaremos, igual que la hipoteca.
Publicado en el diario HOY el 20 de diciembre de 2025