Las clases bajas

Sin duda, la clase baja desempeña una función importante en la sociedad. ¿Cómo iba a saber la clase alta que lo es, si no pudiera compararse con esa avalancha de gente necesitada, menesterosa que, a menudo, cuando quiere conquistar derechos, monta manifestaciones? Además, la clase baja ha adquirido un significado moral, y hasta mesiánico: es la encargada de redimir a la alta, pues es la única para la que se pueden programar sacrificios. Si no, la otra no podría cometer pecados y excesos. La gran conquista de la clase baja ha sido la disgregación conseguida en los últimos tiempos. Ya no hay una clase baja, sino que existe una diversidad. Existen las clases bajas, cuya gradación va desde no poder pagar el alquiler hasta no poder pagar la casa propia. Se trata, por supuesto, de un avance. A grandes rasgos, en España empiezan a forjarse dos mundos claramente diferenciados: el de los que mandan, el mundo de los infelices, y el de los que sufren, que al menos conserva un pequeño margen para olvidarse de sus ambiciones y buscar la felicidad.

            La clase alta es un Ibex de habas contadas al que se le han ido añadiendo componentes no siempre aceptados o, cuanto menos, mantenidos bajo sospecha: los influencers que eluden pagar impuestos en España, los presentadores de televisión que después hacen anuncios para bancos y escriben los libros más literarios, los cocineros capaces de freír un huevo de forma cuántica, o minimalista; los políticos que son amigos de empresarios con pasta y, por supuesto, los empresarios con pasta que tienen mano en algunos partidos. Es gente con demasiadas responsabilidades, tantas que hacen funambulismo, armados de balancín, sobre la línea de su electrocardiograma. Se trata de la gente que mantiene al capitalismo en su camino hacia la destrucción del planeta, lo cual les crea grandes problemas de conciencia. Por eso van todos los domingos a misa, y guardan su ambición en el cofre del santísimo, que para eso está, como una ostia consagrada, antes de dormir a pierna suelta.

            En cambio, la clase baja es una vividora. Prefiere las revoluciones a la quietud, soñar a aceptar lo que le viene impuesto, no llegar a fin de mes a pluriemplearse, tener una alcancía a un fondo de inversión y reír por lo que posee a llorar por lo que le falta. Nunca la invitan al palco del Bernabéu, aunque sus condenas son otras: pagar impuestos por encima de sus posibilidades, desear más que lo que le conviene, incluso que le toque el gordo, y ver con buenos ojos que no se hable siempre de dinero, ni siquiera del bitcoin. La clase baja es, en realidad,  la única que puede cometer pecados, porque no van a perdonárselos. Por ejemplo, puede leer libros que hayan vendido menos de un millón de ejemplares. Su único sueño realizado es que por fin contiene a la clase media.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑