Con la última abominación de la inteligencia artificial generativa estamos llegando al hombre máquina. Era lógico que este tipo de “inteligencia” surgiera en un momento en que el pensamiento sólo es funcional, no creativo, y por tanto se aloja en nuestra cabeza para incrementar nuestras posesiones materiales, y para nada más. El arte y la literatura no copiables, las que han hecho hasta el momento los humanos, están en las barricadas y pronto serán barridas por el software del vacío. Recuerdo aquel argumento de La historia interminable, en el que Michael Ende retrató el apocalipsis de la creatividad. Entonces nos pareció ingenuo, simplista, no porque el cuento fuera sobre el bien y el mal, sino porque todos pensamos que el apocalipsis descrito no iba a darse y nunca lo presenciaríamos.
Sin embargo, estamos permitiendo que ocurra. Leemos repeticiones y pensamos que la auténtica originalidad consiste en una repetición. Se vació la educación, en la que ya no se lee nada más grande que un best-seller, y después la industria cultural ha minimizado la imaginación hasta llevarla a la que tiene el paramecio o zapatilla. Ambas, siempre con la complicidad de los políticos, mediocres hasta el tuétano, han conformado a un ciudadano que ni siquiera se cuestiona el significado de la inteligencia artificial. Pronto, si queremos saber qué era el hombre, tendremos que desempolvar las obras del siglo XIX, o del XX, obras en las que se sufría y se cuestionaba casi todo, obras en las que el hombre todavía tenía el destino en sus manos y podía, al menos, fracasar con dignidad.
El futuro, al parecer, es el hombre máquina. Sólo servirá de transmisión, no de destinatario de lo que se hace, y menos de creador en sí mismo. La llamada inteligencia artificial generativa no va a impedir que sigamos haciendo obras de arte. No tendrá que impedirlo, simplemente no necesitaremos hacerlas. Seremos básicamente receptores, sin mucha conciencia, de todo lo que esa inteligencia de corta y pega haga para nosotros. Receptores, no destinatarios. Habrá momentos, a lo largo de la vida, en que tendremos que volver a ser humanos: el momento en que suframos, el momento de morir. De alguna forma, encontrarán algo para que el espíritu de la colectividad, de la multitud, sufra y muera por cada uno de nosotros, ya que tanto el sufrimiento como la muerte se han convertido, en esta sociedad paliativa, en inasumibles. Hasta ahora lo había hecho la religión, para los que son religiosos. A partir de ahora lo harán las drogas, los paraísos artificiales, las grandes estafas en las que ya vivimos. Vamos hacia una colectividad de gente dopada, hiperactiva, cruel e insensible, en la que el pensamiento nos será implantado desde el primer curso de escuela.