La tesis empirista sobre la procedencia de las ideas llevó a Locke a decir que nada había en el entendimiento humano que no hubiera estado primero en los sentidos, a excepción del propio entendimiento. Aprovecho esta teoría tan bien urdida, y la refutación que le hizo Leibniz, para desearos a todos que seáis felices esta navidad. Adelante con las sensaciones, pero no dejéis de lado el entendimiento. Ya sabéis que la felicidad tiene sus riesgos, por eso me atrevo a matizar este deseo: actualmente existe una tendencia generalizada a colocar todo lo que conocemos, o creemos conocer, al alcance de los sentidos, así que para mucha gente ser feliz durante la navidad es comer bien, recibir muchos regalos, ver programas para monos Rhesus en la televisión e ir tomando uvas desde las cinco de la tarde, para evitar tener que llamar a los heterónimos, dobles y Mr. Hydes que pueblan nuestro historial psiquiátrico, si no queremos atragantarnos a las 12, sabiendo además que el reloj es de Ayuso.
Tened en cuenta, igualmente, que esto se repite todos los años. Hay una voz engañosa que nos dice que la navidad siempre supone una experiencia nueva, cuando lo que en realidad ocurre es que lo nuevo sólo es lo que hemos vivido a lo largo del año, el tiempo que hemos sumado a nuestra vida y, en definitiva, nuestra visión de que poco a poco nos acercamos, si no hemos llegado ya, a la etapa descendente de la vida, que es aquella en que hemos de ir dejando las sensaciones para abrazar el entendimiento. Por tanto, el día de nochebuena, y el de nochevieja, los pasados y los que nos quedan por vivir, son aquellos en los que siempre estuvimos y estaremos nel mezzo del cammin di nostra vita, un lugar donde no hay más remedio que llevar un balancín para no caer hacia la acción o hacia la reacción, hacia la causa o la consecuencia. Recomiendo que se tenga muy claro que estas cuerdas tirantes (los años) en las que quizá podamos leer, conocer a gente e incluso tener hijos y criarlos, son momentos para recibir cartas cuyos remitentes son el que fuimos y el que seremos. El primero nos envía advertencias; el segundo, amonestaciones por los errores que hemos cometido, pese a esas advertencias. Así es la vida. El presente y el futuro siempre traicionan al pasado. De ahí la conveniencia de hartarse de bebidas espirituosas, echar de menos a Rafaella Carra y, sobre todo, arrepentirse después de todo ello.
Lo correcto sería discriminar lo que es conocimiento de lo que son sensaciones. Leibniz o Locke. El reloj o el champán. Leibniz evitó publicar sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano porque Locke, el único al que refutaban y podía contestarle, murió. Tuvo la deferencia, o la cortesía, de publicarlos sesenta años después. Dejemos nuestra idea real de la navidad, y lo felices que somos al celebrarla, para dentro de esos años, cuando ya no nos importen ni el entendimiento ni las sensaciones. ¿Sensaciones? Ya no sabemos lo que son. Cuando ponemos sensaciones en Google nos salen cien anuncios de preservativos, así que sigamos cantando canciones de burros, peces, peines y gallumbos que los ladrones les roban a los pastores en el portal de Belén. Ojalá ahora fuese, al menos, un campamento de refugiados. Feliz Navidad.