El socialismo español y Trump

Kristen Weld, la historiadora de Harvard especializada en historia hispanoamericana, muestra en una entrevista reciente algunos elementos que a veces pasan inadvertidos, pero cuando se toma conciencia de ellos dan significado a fenómenos que nos resultan bastante oblicuos. Weld, hablando de la suspicacia reaccionaria de Trump ante cualquier barrunto de comunismo, dice que lo que realmente la mentalidad trumpista teme no es el propio comunismo, sino “la ilustración”, es decir, el secularismo, la igualdad, la modernidad y la política de masas a que la cultura da lugar.  En otras palabras: teme la cultura para todos, libre, que pueda utilizarse para crear constantes políticas, tendencias y capacidad para enjuiciar y opinar, incluida la visión comunista. Trump, y el ultracatólico Vance, no son más que gente que se ve cuestionada, atacada por el pensamiento, y reacciona contra ello. A lo largo de la historia el fenómeno ha sido recurrente, y se ha producido en las dos ideologías que han tejido nuestra historia. Parecen opuestas, pero sus extremos las vuelven semejantes: el capitalismo neoliberal y el comunismo. La iglesia en el renacimiento fue antiilustrada, igual que el comunismo de los jemeres rojos en Camboya, o el homo sovieticus en Rusia. Ahora, el Isis (o Daesh), y también el fundamentalismo judío, odian la cultura porque la ven como un referente occidental, es decir, antirreligioso. En la etapa de oscuridad que iniciamos a comienzos del siglo XXI -quién iba a decirlo- vuelve a surgir la necesidad de acabar de una vez por todas con la cultura, y no en el sentido alleniano. La reaparición del fascismo no es más que un intento de volver a lo más útil para la política: el pensamiento único.

            Las propias democracias occidentales han usado también estos planteamientos, y los han usado porque la cultura siempre ha sido incómoda. Anularla políticamente, al menos en las capas bajas de la sociedad, está haciendo que la propia degradación cuantitativa a que está sometida la democracia mantenga a la cultura al margen de la política, que es de lo que se trata. Creo que la muestra más evidente, en nuestro país, es la política educativa que, desde 1990, ha practicado el socialismo. Desde Solana y Rubalcaba, después Zapatero, con la Ley del menor, que contiene implicaciones educativas, y ahora Sánchez, con una enseñanza sometida a la burocracia que quita al profesor la autoridad que hacía de él un referente, la política docente ha estado degradándose hasta convertirse en un molde de pensamiento único. Que conste que la derecha no ha hecho nada para reconducir esta situación. ¿Por qué? Porque también para la derecha el pensamiento es incómodo: la cultura no concibe la confesionalidad y no coloca la ideología por encima del conocimiento.

            Si le echamos un breve vistazo a la situación actual de la educación española, en la que el acoso escolar no se radica, en la que ninguno de sus componentes trabaja con comodidad y en la que el sistema no pone las condiciones para que los alumnos que van a la escuela para recibir una educación en profundidad lo hagan en condiciones óptimas, veremos que no hay voluntad de llenarla de contenido. En esta educación ya no se enseñan matemáticas, ni lengua, ni historia ni biología. Los pedagogos y los psicólogos son los síntomas de que estos conocimientos ya no se transmiten. El sistema produce más problemas -sobre todo mentales- que soluciones, y la gran culpable es la política, sin duda. Fascismo y democracia se dan la mano. Ambos persiguen el pensamiento único y, desde ese punto de vista, también la inoperatividad del conocimiento. Todo está sometido al estrés que produce la impotencia. Parecemos una sociedad ahíta de derechos, pero en realidad sólo es una apariencia. Al menos, Trump nos lo está mostrando. Empezamos a ver en su actitud dictatorial lo que hace tiempo está ocurriendo en nuestras democracias.

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