Comprar para ser feliz

Vivimos tiempos en que muchos niños de 12 años utilizan la IA como la consulta del psicólogo, o para saber qué hacer cuando se enamoran. No es extraño que lo que es cada uno y lo que necesita para ser feliz sean como juegos del escondite. Las relaciones humanas están perdidas entre algoritmos, y hasta enamorarse parece un salto para el que no hemos entrenado. Volver a las costumbres de hace veinte años supone una hazaña de la que sólo hemos conservado la nostalgia, aunque también la impotencia. La propia superficialidad, la nada en que vivimos -aunque nadie quiera reconocerlo- tiene toda la pinta de una conquista. “¿Quién habló de victorias? Sobreponerse es todo”, dijo Rilke. Es lo que hacemos: sobreponernos a lo que nos dictan, de una forma que provoca un continuo estado de crisis. La psicología ya no sirve, porque los psicólogos, como humanos, participan de nuestra incomprensible normalidad. La única que saca provecho de este estado de estrés perpetuo es la industria, el dinero. No sé cómo se ha conseguido el materialismo suficiente para que comprar constituya una salida del vacío que nos ha caído encima, pero así es. No tenemos armas, ni sensibilidad para hallar refugio en cualquier libro con cierto valor humano, así que hay que salir a gastar dinero, a comprar, aunque sea ese libro que nos salvaría de nuestra frialdad, y que no leeremos. Comprarlo ya no significa leerlo.

            La deshumanización capitalista sólo se ha mantenido, durante más de siglo y medio, mediante el estrés. La caverna capitalista no tiene salida, no aporta la perspectiva necesaria para que veamos la verdad más allá de sus puertas. Hay que estar todo el día comiendo, conduciendo nuevos coches, poniendo atención a la moda, oyendo y leyendo verdaderas idioteces para nutrir ese movimiento continuo que nos convierte en gente sin tiempo para caerse muerta. Una vida de American Psycho: tal es el simulacro que nos venden y que nosotros compramos. El gesto que marca el tiempo que vivimos es la aceptación. Todo aquello que nos provocaba nostalgia: sentarnos en un sillón, una tarde lluviosa, para leer un buen libro, entendiendo tal lectura como un estado de atención que no nos dejan ya recuperar, porque nuestra sensibilidad sólo recibe estímulos del ruido, el movimiento y la prisa… todo aquello ha dejado de pertenecer al modo en que vivíamos, o veíamos el mundo. Lo que realmente importa a los vendedores es ese empeoramiento de la salud: antes estábamos sanos, ahora somos enfermos que necesitan una curación. Es lo que nos venden. Comprar, consumir, tener los cinco sentidos siempre pendientes de estímulos sin importancia es la curación. La curación es una simple adicción.

            Quizá el hombre siempre haya sido un enfermo mental, pero ahora esa enfermedad empieza a preocuparnos. Podríamos seguir siéndolo sin conciencia de ello, pero lo que nos lleva a la IA, o al psicólogo, es lo mismo que nos lleva a esos parques temáticos donde sólo está permitido gastar. Parece que es la única forma de ser feliz, de obviar que no necesitamos pensar, ni relacionarnos, ni buscar una hora de reflexión y felicidad leyendo un libro. Los que echan de menos esa antigua costumbre se han convertido en resentidos, y el resentimiento es una emoción que no puede mostrarse, no porque sea resentimiento, sino porque es una emoción. Todas las artes, todas la formas de mirar el mundo están siendo tuneadas para esa multitud de dolientes sin sosiego que ya no llegan a leer a Verne, Stevenson o Proust, pero leen los libros que más se venden, sólo porque se venden.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑