Ayer, lunes 27 de octubre, el índice bursátil español marcó un récord que no se veía desde meses antes de la crisis de 2008, llegando a superar los 16.000 puntos. Cuando el mundo se ahoga en su vómito, la bolsa consigue sus mayores logros. Allá por 2007 fueron la especulación inmobiliaria, y los bancos, los que lideraron la subida hasta ese nivel, aunque Lehman Brothers nos mostró que no era más que un cristal empañado, y algo cóncavo, que el capitalismo había puesto en la ventana por la que miraba la realidad. Ahora son las industrias armamentísticas y de defensa (Indra) y también, por supuesto, los bancos, además de otras industrias implicadas en el medio ambiente (Solaria), los que lideran esa subida hasta los 16.040 puntos. En relación a Solaria, hemos de suponer que el dinero público tendrá que contribuir a que no se produzcan más apagones, etc… Además Acerinox, la constructora Sacyr, farmacéuticas como Rovi han subido como si todas estuvieran invitadas a las recepciones del embajador. Sólo las multinacionales suben. El negocio está en el mundo, la supervivencia, junto con los impuestos, en España. Ya saben lo que suele decirse del río revuelto…
De hecho, han sido necesarios dos genocidios, un apagón, una crisis arancelaria mundial y una pandemia para que la bolsa consiguiera el empuje que necesitaba. No se preocupen, todo eso ya lo expuso Newton en sus leyes del movimiento inercial. El Ibex35 es una buena muestra de lo que se cuece en los cielos y en los infiernos. Y quien lo cuece no es el pobre jubilado, ni el ciudadano que paga gravámenes, ni el gobierno que los impone, ni el que trabaja, ni el novelista que observa el mundo como si fuera un mapa al que él le pone las escalas. Quien cuece todo es el pobre rico, el esclavo que amasa un dinero que nunca ve, excepto cuando se refleja en su libro mayor, que es como su destino. Tal es el sistema que hemos fabricado, o automatizado, con un único propósito: controlar. No hay más sueño que ese, ni más poder: estar por encima, a menudo en la sombra, de todos aquellos que dependen de las circunstancias. Se llega al genocidio -impune- sólo para asegurarse de que ese poder se posee. En cuanto a la bolsa, es sólo un batiburrillo de semipotentados en el que el dinero tiene una importancia excesiva o, por mejor decir, desmedida. No es el sistema, ni el dinero, lo que convierten en maquinaria a la gente que ha de conformarse con tener una vida casi propia y una casa donde vivir, es esa falta de medida contra la que hay que luchar si queremos ser aquello en lo que hemos soñado. ¿A quién se le ocurre tener sueños?
Ahora la bolsa recoge sus beneficios. Todo parece normal, todo está justificado. Se ha tenido paciencia, se ha matado al suficiente número de personas para que, de nuevo, Estados Unidos y China retomen sus relaciones. La macroeconomía es como un cielo nublado. Nunca sabes si te va a calar, aunque además riegue las plantas de la terraza, o te someterá a una sequía que roce el existencialismo. Villiers d’Lisle Adam decía que Voltaire y Dios se saludaban, pero nunca se dirigían la palabra. Lo mismo habría que hacer con el dinero. Comprar sólo lo absolutamente necesario, y ser frugal al medir ese absoluto. Así podríamos dejar un mundo a nuestros hijos, y una cultura a todos los que han muerto, porque los vivos la rechazarán.