Un mundo distinto

Hermoso libro el de Esther Cross, una escritora argentina que firma uno de esos pocos ensayos que hacen pensar al lector que el genio no sólo está, actualmente, en los resultados que ofrece la ciencia. Se trata de La mujer que escribió Frankenstein (Minúscula, 2022). Supongo que el libro fue editado en 2013, y ha habido una ampliación o versión posterior, en 2022. Se trata de un estudio extraño, por la penetración en la vida y en la literatura de Mary Wollstonecraft Shelley que nos ofrece. La obra supone un ejercicio de espera, documentación, reflexión y sensibilidad con el que muy pocas veces me he encontrado. Llamo la atención del lector, por encima de todo, sobre el ejercicio de selección de material que ha hecho la autora. Centrarse en las circunstancias en las que Mary Shelley vivió, en relación a asuntos tan espinosos como la obtención de cadáveres a la que tuvieron que enfrentarse los médicos ingleses contemporáneos del Dr. Frankenstein y, sobre todo, la relación con la muerte establecida por la propia época, hace que veamos aquel tiempo como el de un mundo completamente distinto a como es hoy. Humanísticamente no considero aquél más atrasado. Al contrario, hemos ido perdiendo todo lo que nos hace comprender la existencia, y sobre todo la forma de afrontar el fin.

            Esther Cross plantea de una forma muy original la trayectoria biográfica de la protagonista: la relación con su madre muerta, la faceta fúnebre del romanticismo, el mesmerismo y el galvanismo, su especial relación -bastante estrecha- con los cementerios, pues iba a leer al de St. Pancras, sentada en la tumba de su madre, y todo basado no en una mera identidad vacía con la moda romántica, sino en una esperanza absoluta en la ciencia, que estaba surgiendo en esos momentos, en espera de Julio Verne. Igualmente, la relación de Mary Shelley con sus hijos, de los cuales sólo uno la sobrevivió, establece la diferencia entre los sentimientos de entonces y los actuales. Ahora resulta que es el avance científico el que nos está deshumanizando, mientras que entonces robar cadáveres de los cementerios, para realizar las prácticas que los médicos necesitaban en las escuelas de anatomía, era lo que imponía cortapisas morales.

            El libro supone un verdadero descubrimiento. Nos ofrece una visión bastante fidedigna de lo que fue la generación romántica inglesa, tan parecida a la alemana y tan distinta de la española. En España el romanticismo fue de brocha gorda, un romanticismo funcionarial que jamás descubrió nada que no estuviera dentro del dogma católico. El libro de Esther Cross es recomendable por la forma en que ve el verdadero romanticismo, y también en que lo maneja para mostrarnos lo que aún podemos aprender de él. Llamo la atención del lector sobre las citas empleadas en cada capítulo, citas que amplían los rescoldos que tenemos de esa forma de pensar, hasta hacer que de ellos brote de nuevo la llama con que ardían. La forma en que Mary Shelley vivió su propia época es emocionante. Stevenson contaba, en El ladrón de cadáveres, cómo los cadáveres enterrados, “yacían en espera de un nuevo despertar, pero les llegaba esa aterradora, veloz resurrección a la luz de una linterna, llevada a cabo con palas y azadas, […] para quedar expuestos a las peores indignidades ante una clase de jóvenes boquiabiertos”. Esther Cross nos muestra en este estudio, con mucha inteligencia y de una forma aplastante, que esos jóvenes son los hombres de nuestros días.

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